
Hoy os vamos a hablar de un tema algo diferente, sabemos que sois muchos los padres y madres que nos seguís y por ello, queríamos daros algunas pautas sobre cómo reaccionar ante las caídas de nuestros peques. Para ello empezaremos por un ejemplo:
Imaginemos que vamos con nuestro hijo/a a montar en bici un maravilloso día de sol. Nos encontramos en un circuito que conocemos y solemos transitar, así que a priori todo marcha tranquila y felizmente.
Imaginemos que nuestro hijo/a se cae con la bici y se araña la rodilla, y se hace daño. Su rodilla está sangrando, así que corre hacia dónde estamos. Un padre/madre cariñoso miraría a ese pequeño y le diría “Oh, te duele ¿no?, es normal que te hayas asustado. Ven aquí. Voy a lavarte la herida. ¡Sí, claro que duele!” En el caso de que lleve algo de botiquín previsor le pondrá una venda y le dirá “Ven y sentémonos juntos un ratito”. Resulta fácil ver que para ese pequeño, en unos pocos minutos, estar ahí sentado será bastante aburrido. Si le preguntamos si su rodilla aún le duele, probablemente nos dirá “No”, mientras se sube a la bici de nuevo.
Bien, ahora pensemos otro ejemplo, en ese mismo circuito de bici imaginemos a otro niño/a que también se hace daño en la rodilla de la misma manera, y que también corre hacia sus padres, pero en su lugar no tiene a un adulto dispuesto a calmarlo, o tiene a uno que le dice “¡Para de llorar ya! Si no paras de llorar te voy a dar un motivo para llorar de verdad. Yo no te voy a ayudar hasta que pares de llorar”. Así, este segundo niño/a ahora tiene dos problemas. Su rodilla aún le duele, y además, ahora es malo/a si llora. Si en el futuro se cae y se hace daño de nuevo, no es muy probable que vaya a papá o mamá buscando ayuda. Y es posible que años después se pregunte, tras algún acontecimiento triste en su vida, por qué no es capaz de llorar por eso. O es posible que se pregunte por qué llora tan fácilmente, como si siempre hubiese un depósito de lágrimas listo para derramarse.
Puede también que el padre o madre responda asustándose más que el propio niño/a y viendo, por tanto, solo su propio miedo, en cuyo caso el progenitor irá corriendo al niño/a, asustado, alzando la voz y realizando movimientos agitados. Pocas cosas son menos favorecedoras cuando se trata de integrar una experiencia vivida que sumar al propio miedo el miedo del cuidador, del que el niño/a no puede, de ninguna manera, hacerse cargo. Y, sin embargo, tendrá que hacerlo e intentar no asustar más mamá y papá. Además este niño/a tenderá a pensar que las bicis o el mundo son muy peligrosos.
Estas son solo algunas de las posibilidades que evidencian que siempre que la respuesta del cuidador no se acompase emocionalmente con las necesidades del niño/a, es decir, cuando no es contingente con lo ocurrido, el pequeño irá realizando una interpretación de su existencia que probablemente no corresponda con la realidad de lo ocurrido y lo irá extrapolando a diferentes ámbitos de su vida.
Por ello es muy importante tomar conciencia como padres, cuidadores e incluso parejas o amigos cómo reaccionamos ante las caídas de los demás.
Podríamos resumir una buena actuación ante caídas con nuestros pequeños en los siguientes pasos:
- Reconocer lo ocurrido.
- Poner nombre a cómo se puede estar sintiendo.
- Legitimar su experiencia de dolor, miedo u otras posibles emociones y sensaciones.
- Enseñar a manejarse en esos momentos (curar herida, tomar un momento para descansar, identificar motivo de la caída, acercarse al médico si es necesario…).
- En el caso de la bici, comprobar siempre su estado antes de volverse a subir.
- No olvidemos que no pasa nada si un día puntual no actuamos como se espera de nosotros, todos tenemos malos días, lo importante es tomar conciencia y rectificar.
- El cerebro de los más pequeños se inunda con hormonas de estrés potencialmente neurotóxicas, como el cortisol, cuando no son atendidos.
- Los opiáceos endógenos cerebrales, responsables de la sensación de bienestar, disminuyen con la tristeza, enfado o miedo y circuitos de dolor físico se activan.
- Pueden desarrollar un apego evitativo o ansioso, ya que sus cuidadores no atienden sus necesidades, lo hacen de manera intermitente o con exagerada preocupación, centrándose mas en su propio miedo que en lo que pueda sentir su hijo/a.